Y de pronto en mi cabeza la música del pub se ralentiza, no se si a causa del alcohol, de su mirada penetrante bloqueando mis sentidos o mis ansias de vivir mi propia escena de peli, pero el caso es que el bullicio del pub se queda como lejos y solo puedo oír a mi corazón dando gritos ¡Ahí viene! y late más y más deprisa. A su vez yo como buena peliculera planeo en mi mente la escena (Voy a hacerme la interesante, haré como que no le he visto y que la risa de idiota que tengo es pura casualidad) y me convenzo de que este es el plan maestro.
Dos minutos más tarde, que para mí se hacen eternos, ahí está Él cogiéndome de la cintura y diciéndome: ¿Cómo tu por aquí?. Obviamente no podía decirle que había ido allí con la esperanza de cruzarme con el, así que me limito a contestar que he salido a tomar una cerveza con unas amigas y que me voy pronto a casa.
Mi corazón está a punto de estallar, su sonrisa hace que mi boca dibuje una sonrisa de oreja a oreja inevitablemente y la proximidad de nuestros cuerpos debido al barullo de gente y a la necesidad de acercarnos para poder hablar esquivando el ruido, hace que inhale una y otra vez su olor ¡Me gusta tanto! Apenas puedo prestarle atención a la conversación, me dedico simplemente a disfrutar de su presencia. Y cuando más cómodos estábamos los dos vienen sus amigos y le dicen que se van y ÉL decide que se marcha con ellos.
De repente, la magia se rompe, la música vuelve a sonar más fuerte de lo normal y el bullicio de la gente ya no me resulta tan agradable ¡Vámonos a casa chicas!. Y me voy a casa a dar vueltas en mi cama, inhalando los restos de perfume, su perfume, que han quedado impregnados en mi pelo, y con una sonrisa y una esperanza de un próximo encuentro me duermo.
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